miércoles, 16 de julio de 2008

Massuaventuras Ep. 678

“Reasoning with a child is fine,
if you can reach the child's reason without destroying your own.”

John Mason Brown


Escuchen amigos. Otra excitante historia de las aventuras y desventuras de un Massú que vaga por los oscuros rincones de este universo. Deléitense con este nuevo y emocionante capítulo de las Massuaventuras y vean lo que uno tiene que hacer para conseguir unos zapatos nuevos. xP

Desde hace ya como un mes que andaba comprándole llantas nuevas al carro (en realidad desde hace como seis meses, sino es que mas). En realidad hace como un mes le andaba comprando llantas al carro porque una de las llantas paso a mejor vida, y fue necesario reemplazarla por la llanta de refacción.

Pues así anduvo rodando todavía un rato. Levemente desviado. Tan desbalanceado que parecía un sillón vibrador. Y con llantas tan lisas que parecían dignas de un formula 1 (bueno, no tanto). Pero así anduvo por un rato.

Era un hermoso lunes, una bonita mañana. Un hermoso San Lunes. Un Massusito salió muy contento con rumbo conocido al pisteso. Allí hizo sus pendientes y vago un rato mientras se echaba un taquito de ojo con la poca carne que rondaba por allí en aquellos días de verano.

Se le hizo tarde, y aunque era San Lunes se veía obligado a quebrantar el santo precepto para asistir a trabajar. Así que se le hacía tarde a aquel pobre muchacho. Y salió como bala disparado por el periférico. Si le preguntaran después no podría recordar ni a cuanto, ni que paso; pero si algo recuerda es que en algún momento tuvo un mal presentimiento sobre su automóvil.

Finalmente aterrizó para cumplir con sus labores, y nueve horas después y algunos minutos más, estando de vuelta en el estacionamiento, ve a lo lejos al pobre cochecito que se ha cansado y se haya recargado hacia un lado. "Chingue as su ma...." se dice el pobre muchacho. Pero conserva la calma, y va a la parte trasera del automóvil. Abre la cajuela, y esculca un poco entre tiliches y basura para sacar el inflador de llantas que curiosamente había obtenido la semana pasada.

Ajito con particular enjundia la lata de melcocha blanca y pegajosa. La ajito y la ajito, hasta que finalmente le pareció que estaba lista. La puso en posición. Y dejo que la melcocha fluyera al interior de la llanta ponchada. El pobre muchacho se sintió un tanto decepcionado, pero no sorprendido de ver que la lata mágica no funcionaba en aquella ocasión, y la llanta, así como se infló, se desinfló de vuelta.

"Esto no es bueno", se dijo a sí mismo. Y para colmo de males, sin celular. ¿Qué remedio? Pues a conseguir un teléfono para avisar el escuadrón de rescate. Regreso al interior del edificio donde trabajaba, para decepcionarse nuevamente cuando no le dejaron usar el teléfono para avisar a su casa. Esto no lo detuvo, y consiguió un lindo celular prestado. Era un Motorola, de esos planitos que se abren, y tenía una bonita cubierta de aluminio rosa con acabado mate. Las miradas de los transeúntes curiosos no tardaron en mostrar su interés por el individuo que hablaba en el telefonito rosa, pero a él pareció no importarle mucho.

Finalmente pudo contactar a los altos mandos en la base. Para su desgracia el vehículo de rescate se encontraba ocupado en otra misión, y no sería posible que pasara a recogerlo al punto de reunión. Armándose de valor, abandono al vehículo y se lanzó a las salvajes vías por las que transita el afamado puerco ochenta.

No le tomo mucho abordar uno para movilizarse en los hostiles territorios de Santa Mariguanita hasta donde pudiera abordar el siguiente vacuno que le dejaría a unos cuantos kilómetros de su casa.

Se escabulló sobre las murallas del fraccionamiento. Movilizándose entre la espesa vegetación protegido únicamente por el cobijo las sombras como un ladrón en medio de la noche. Cada tres pasos volteaba a ver a su alrededor para asegurarse de que nadie le siguiera. Tras algunas horas de intensa caminata finalmente pudo llegar a la base. La unidad de rescate aun no había regresado, pero eso no los detuvo para planear el operativo de rescate.

A la mañana siguiente, muy de mañanita, el teniente Massú, acompañado de la capitana, salieron en busca del integrante abandonado con los aditamentos necesarios para atender al incapacitado. Pero la sorpresa que se llevaron cuando descubrieron que un rin 13 no les serviría jamás para reemplazar la goma pinchada en cuestión.

Entonces en un rápido acto de resolución, tomaron uno de los cadáveres y lo llevaron al taller para que se deshicieran de él, y lo reemplazaran por uno más vivo y más guapo.

Media hora más tarde el nuevo miembro estaba en su sitio, y el joven Massusiano salió como si le persiguiera el diablo para alcanzarlos. Para que en el taller alcanzaran a completar el trabajo. Pero a esas horas ya le habían ganado al cirujano, y tuvo que volverse para cumplir con otra jornada de obligatorio trabajo.

Cuando le dejaron en libertad, finalmente corrió como el viento para que le terminaran el trabajito que ya le habían comenzado.

Llego barriéndose y aun usando zapatos. Y el galeno que atendió al paciente, aunque joven, era apasionado y muy bien hecho. Un trabajo de primera, y una nueva cara para el pequeño muchacho.

El pequeño Massumi monto su galante corcel y cabalgó como el viento para ir a presumir su nuevo juego de herraduras. La sensación era agradable, y el muchacho ya no cojeaba. El viaje de regreso fue muy agradable, y el pequeño Massumi durmió tranquilamente aquella noche.

1 comentario:

Unknown dijo...

Jaja! Pasas de soldado a caballero (por eso del caballo, claro).

Nos vemos por allá mañana... supongo que marcar a tu c el sera inutil...

A que hora sale el torero del encierro?

dahem0n